La Novena de la Santa Navidad - Diciembre 16
La Novena
En una novena de la Santa Navidad, aproximadamente a la edad de diecisiete años, me preparé a esta fiesta, practicando diferentes actos de virtud y mortificación, y honrando especialmente los nueve meses que Jesús estuvo en el seno materno, con nueve horas de meditación al día, relativas siempre al misterio de la Encarnación.
Oración inicial:
En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo.
Señor mío Jesucristo, postrado ante tu divina presencia suplico a tu amorosísimo Corazón que me admitas a la meditación de los Excesos de tu Amor en el misterio de tu Encarnación. Dame tu ayuda, gracia, amor, dame profunda compasión y entendimiento, mientras medito el….. Exceso de tu amor. Y a ti Madre Inmaculada, te pido que me encierres en tu Corazón, y que me hagas un pequeño lugar en tu seno materno, para que pueda contemplar, comprender y acompañar a tu Hijo Jesús en este misterio, e imitándolos a El y a Ti, deje reinar en mí a la Divina
Voluntad, como en el Cielo así en la tierra. Amén
Al terminar cada meditación:
Se reza un Padre Nuestro, Ave María y Gloria. Pidiendo el Reino de la Divina Voluntad sobre la tierra, y por las intenciones del Santo Padre y de toda la Iglesia.
Conclusión de la Novena
Esta Novena la hacía a veces arrodillada, y cuando estaba impedida por la familia, incluso trabajando, porque la voz interna no me daba ni tregua ni paz, si no hacía lo que quería, por lo que el trabajo no era impedimento para hacer lo que debía hacer. Así pasé los días de la novena. Cuando llegó la víspera me sentí más que nunca encendida de insólito fervor… Estaba sola en la habitación cuando repentinamente se me presentó delante el Niñito Jesús, todo bello, si, pero tembloroso, en actitud de querer abrazarme. Yo me levanté y corrí para abrazarlo, pero en el acto de estrecharlo se desapareció, repitiéndose esto por tres veces. Quedé tan conmovida y encendida que no sé explicarlo.
Primera Hora – Diciembre 16
Como por ejemplo, en una hora me transportaba con el pensamiento al Paraíso y me imaginaba a la Santísima Trinidad. Al Padre, que enviaba al Hijo sobre la tierra; al Hijo, que prontamente obedecía al Querer del Padre; y al Espíritu Santo, que consentía. Mi mente se confundía al contemplar un misterio tan grande, un amor tan recíproco, tan fuerte y tan igual entre Ellos y hacia los hombres; y luego, consideraba la ingratitud de los hombres y especialmente la mía… Y en esta consideración hubiera permanecido no sólo una hora entera, sino todo el día; pero una voz interna me decía: “Basta, ven y mira otros excesos más grandes de mi amor.”
Segunda Hora – Diciembre 17
Entonces, mi mente se trasladaba hasta el seno materno, y quedaba estupefacta al considerar a aquel Dios tan grande en el Cielo, y ahora tan anonadado, empequeñecido y limitado, que no podía moverse y casi ni siquiera respirar. La voz interior me decía: “¿Ves cuánto te he amado? Ah, dame un lugar en tu corazón, quita todo lo que no es mío, y así me darás más amplitud para moverme y respirar.” Mi corazón se deshacía, le pedía perdón, le prometía que quería ser toda suya y me desahogaba en llanto; pero, lo digo para mi confusión, volvía a mis habituales defectos. ¡Oh Jesús, qué bueno has sido con esta miserable criatura!
Tercera Hora – Diciembre 18
Una voz interior me decía: “Hija mía, apoya tu cabeza sobre el seno de mi Mamá; mira, dentro de él, mi pequeña Humanidad. Mi amor me devoraba, los incendios, los océanos, los mares inmensos del amor de mi Divinidad me inundaban, me incendiaban, levantaban tanto sus llamas que se elevaban y se extendían por doquier a todas la generaciones, desde el primero hasta el último hombre. Y mi pequeña Humanidad era devorada en medio de esas llamas. Pero, ¿sabes tú qué cosa me quería hacer devorar mi amor eterno? ¡Ah, las almas! Y sólo estuve contento cuando las devoré todas, quedando todas concebidas conmigo. Yo era Dios, tenía que obrar como Dios, debía tomarlas a todas; mi amor no me habría dado paz si hubiera excluido a alguna. Ah, hija mía, mira bien en el seno de mi Mamá, fija bien los ojos en mi Humanidad recién concebida y ahí encontrarás a tu alma concebida conmigo y también las llamas de mi amor que te devoraron. ¡Oh, cuánto te he amado y te amo!”. Yo me perdía en medio de tanto amor, y no sabía salir de ahí, pero una voz me llamaba fuertemente diciéndome: “Hija mía, esto es nada aún, estréchate más a Mí, dale tus manos a mi querida Mamá a fin de que te tenga estrechada en su seno materno, y da una mirada más a mi pequeña Humanidad recién concebida, y mira el cuarto exceso de mi amor”.
Cuarta Hora – Diciembre 19
“Hija mía: Del amor devorante, pasa a considerar mi amor obrante. Cada alma concebida me trajo el fardo de sus pecados, de sus debilidades y de sus pasiones, y mi amor me ordenó tomar el fardo de cada una; y no sólo concebí a las almas, sino las penas de cada una y las satisfacciones que cada una de ellas debía dar a mi Padre Celestial. Así que mi Pasión fue concebida junto conmigo. Mírame bien en el seno de mi Mamá Celestial; oh, qué atormentada está mi pequeña Humanidad. Mira bien cómo mi pequeña cabecita está circundada por una corona de espinas que, ciñéndome fuertemente las sienes, me hace derramar ríos de lágrimas de mis ojos, y no puedo moverme para secarlas. Ah, muévete a compasión por Mí, sécame los ojos de tanto llanto, tú, que tienes los brazos libres para poder hacérmelo. Estas espinas son la corona de los muchos pensamientos malos que se agolpan en las mentes humanas. ¡Oh, cómo me punzan más estos pensamientos que las espinas que produce la tierra! Pero mira más, mira qué larga crucifixión de nueve meses. No podía mover ni un dedo, ni una mano, ni un pie; estaba aquí, siempre inmóvil, no había lugar para poder moverme un poquito. ¡Qué larga y dura crucifixión! Agregando que todas las obras malas, tomando forma de clavos, me traspasaban manos y pies repetidamente…” Y así continuaba narrándome, pena por pena, todos los martirios de su pequeña Humanidad; y querer decirlas todas, sería demasiado extenso. Entonces yo me abandonaba al llanto. Oía decir en mi interior: “Hija mía, quisiera abrazarte, pero no puedo, no hay espacio, estoy inmóvil, no puedo hacerlo; quisiera ir a ti, pero no puedo caminar. Por ahora, abrázame y ven tú a Mí, y luego Yo, cuando salga del seno materno, iré a ti.” Pero, mientras con mi fantasía lo abrazaba y lo estrechaba fuertemente a mi corazón, una voz interior me decía: “Basta por ahora, hija mía, y pasa a considerar el quinto exceso de mi amor.”
Quinta Hora – Diciembre 20
Entonces la voz interna seguía: “Hija mía, no te alejes de Mí, no me dejes solo, mi amor quiere compañía. Este es otro exceso de mi amor: que no quiere estar solo. Pero, ¿sabes tú con quién quiere estar en compañía? Con la criatura. Mira en el seno de mi Mamá: junto conmigo están todas las criaturas, concebidas en Mí; Yo estoy con ellas todo amor, quiero decirles cuánto las amo, quiero hablar con ellas para narrarles mis alegrías y mis dolores, y para decirles que vine en medio de ellas para hacerlas felices, para consolarlas, y que estaré en medio de ellas como un hermanito, dando a cada una todos mis bienes y mi Reino, y a costa de mi muerte. Quiero darles mis besos, mis caricias, quiero entretenerme con ellas, pero ¡ay, cuántos dolores me dan! Muchas me rehuyen, otras se hacen las sordas y me reducen al silencio, otras desprecian mis bienes y no se preocupan de mi reino y corresponden a mis besos y caricias con el descuido y con el olvido de Mí; y mi entretenimiento lo convierten en amargo llanto. ¡Oh, qué solo estoy, a pesar de que estoy en medio de todos! ¡Oh, cómo me pesa mi soledad! No tengo a quién decirle ni una palabra, con quién desahogarme en amor; estoy siempre triste y callado porque si hablo no soy escuchado. ¡Ah, hija mía, te pido, te suplico, que no me dejes solo en tanta soledad! Dame el bien de hablar con escucharme; presta oídos a mis enseñanzas; Yo soy el Maestro de los maestros. ¡Ah, cuántas cosas quiero enseñarte! Si me escuchas, harás que deje de llorar y me entretendré contigo. ¿No quieres tú entretenerte conmigo?” Y mientras me abandonaba en El, compadeciéndolo en su soledad, la voz interior continuaba: “Basta, basta, pasa a considerar el sexto exceso de mi amor.”
Sexta Hora – Diciembre 21
“Hija mía, ven, ruega a mi querida Mamá que te haga un lugarcito en su seno materno para que tú misma veas el estado doloroso en que me encuentro.”
Entonces me parecía, con el pensamiento, que nuestra Reina Mamá, para contentar a Jesús, me hacía un pequeño lugar y me ponía dentro. Pero era tal y tanta la oscuridad, que no lo veía; sólo oía su respiro. Y El, en mi interior, continuaba diciéndome:
“Hija mía, mira otro exceso de mi amor: Yo soy la Luz Eterna; el sol es una sombra de mi luz. Pero mira dónde me ha conducido mi amor, ve la oscura prisión en la que estoy, no hay ni un rayo de luz; siempre es noche para Mí, y noche sin estrellas, sin reposo; siempre despierto. ¡Qué pena!, la estrechez de la prisión, sin poder moverme en lo más mínimo, las tinieblas tupidas…; hasta la respiración…, respiro por medio del respiro de mi Mamá; ¡oh, qué dificultoso es! Además, agrega las tinieblas de las culpas de las criaturas; cada culpa era una noche para Mí, uniéndose juntas, formaban un abismo de oscuridad sin confines. ¡Qué pena! ¡Oh exceso de mi amor, hacerme pasar de una inmensidad de luz, de amplitud, a una profundidad de tupidas tinieblas, y de tales estrecheces, hasta llegar a faltarme la libertad del respirar…, y todo esto por amor a las criaturas.”
Y mientras decía esto, gemía sofocadamente por la falta de espacio y lloraba. Yo me deshacía en llanto, le agradecía, lo compadecía, quería hacerle un poco de luz con mi amor, como El me decía, pero ¿quién puede decirlo todo? La misma voz interior agregaba: “Basta por ahora. Pasa al séptimo exceso de mi amor.”
Séptima Hora- Diciembre 22
La voz interior continuaba: “Hija mía, no me dejes solo en tanta soledad y en tanta oscuridad, no salgas del seno de mi Mamá para que veas el séptimo exceso de mi amor. Escúchame: En el seno de mi Padre Celestial, Yo era plenamente feliz; no había bien que no poseyera; alegrías, felicidad, todo estaba a mi disposición; los Angeles, reverentes, me adoraban, estaban a mis órdenes. Ah, el exceso de mi amor, podría decir, me hizo cambiar fortuna, me restringió a esta tétrica prisión, me despojó de todas mi alegrías, felicidad y bienes, para vestirme con toda las infelicidades de las criaturas, y todo esto para hacer el cambio, para dar a ellas mi fortuna, mis alegrías y mi felicidad eterna. Pero esto habría sido nada si no hubiera encontrado en ellas suma ingratitud y obstinada perfidia. Oh, que sorprendido quedó mi amor eterno ante tanta ingratitud, y cómo lloró por la obstinación y perfidia del hombre. La ingratitud fue la espina más punzante que me traspasó el corazón, desde mi concepción hasta el último instante de mi vida, hasta mi muerte. Mira mi corazoncito, está herido y gotea sangre. ¡Qué pena! ¡Qué dolor siento! Hija mía, no seas ingrata conmigo; la ingratitud es la pena más dura para tu Jesús, es cerrarme las puertas en la cara para dejarme afuera aterido de frío. Pero ante tanta ingratitud, mi amor no se detuvo, y se puso en actitud de amor suplicante, gimiente y mendigante; y éste es el octavo exceso de mi amor.”
Octava Hora – Diciembre 23
“Hija mía, no me dejes solo; apoya tu cabeza sobre el seno de mi querida Mamá y también desde afuera oirás mis gemidos, mis súplicas; y viendo que ni mis gemidos ni mis súplicas mueven a compasión de mi amor a la criatura, me pongo como el más pobre de los mendigos y extendiendo mi pequeña manita pidiendo, al menos por piedad, a título de limosna, sus almas, sus afectos y sus corazones. Mi amor quería vencer a cualquier costo el corazón del hombre, y viendo que después de siete excesos de mi amor, permanecía reacio, se hacía el sordo, no se ocupaba de Mí ni se quería dar a Mí, quiso ir más allá; mi amor hubiera debido detenerse, pero no, quiso salir más allá de sus límites, y desde el seno de mi Mamá, hacía llegar mi voz a cada corazón con los modos más insinuantes, con los ruegos más fervientes, con las palabras más penetrantes. ¿Y sabes qué le decía? “Hijo mío, dame tu corazón, te daré todo lo que tú quieras con tal de que me des a cambio tu corazón; he bajado del cielo para adueñarme de él; ¡ah, no me lo niegues! ¡No defraudes mis esperanzas!” Y viéndolo reacio y que muchos me volteaban la espalda, pasaba a los gemidos, juntaba mis pequeñas manitas, y llorando, con voz sofocada por los sollozos, añadía: “¡Ay ay! Soy el pequeño mendigo, ¿ni siquiera como limosna quieres darme tu corazón? ¿No es éste un exceso más grande de mi amor, que el Creador, para acercarse a la criatura, tome la forma de pequeño niño para no infundirle temor, y pida al menos como limosna el corazón de la criatura, y viendo que ella no se lo quiere dar, ruega, gime y llora?”
Luego me decía: “Y tú, ¿no quieres darme tú corazón? ¿O también tú quieres que gima, que ruegue y llore para que me des tu corazón? ¿Quieres negarme la limosna que te pido?” Y mientras decía esto, yo oía como si sollozase. Entonces dije: ‘Jesús mío, no llores, te doy mi corazón y toda yo misma.’ Entonces, la voz interna seguía: “Continúa más adelante, pasa al noveno exceso de mi amor.”
Novena Hora – Diciembre 24
“Hija mía, mi estado es siempre más doloroso; si me amas, ten tu mirada fija en Mí, para que veas si puedes dar a tu pequeño Jesús algún consuelo, alguna palabrita de amor, una caricia, un beso que dé tregua a mi llanto y a mis aflicciones. Escucha, hija mía: Después de haber dado ocho excesos de mi amor al hombre, y éste, tan malamente me correspondió, mi amor no se dio por vencido, y al octavo exceso quiso agregar el noveno. Son las ansias, los suspiros de fuego, las llamas de los deseos de querer salir del seno materno para abrazar al hombre. Y esto reducía a mi pequeña Humanidad, aún no nacida, a una agonía tal, que estaba a punto de dar mi último respiro. Entonces mi Divinidad, que era inseparable de Mí, me daba sorbos de vida, y Yo tomaba de nuevo la vida para continuar mi agonía y volver a morir nuevamente. Este fue el noveno exceso de mi amor: agonizar y morir continuamente de amor por la criatura. ¡Oh, qué larga agonía de nueve meses! ¡Oh, cómo me ahogaba y me hacía morir el amor! Y si no hubiera tenido mi Divinidad conmigo, la que me daba continuamente la vida cada vez que estaba por morir, el amor me habría consumido antes de salir a la luz del día.” Luego agregaba: “Mírame, escúchame cómo agonizo, cómo late mi pequeño corazón, se afana, arde; mírame, ahora muero.”. Y guardaba profundo silencio. Yo me sentía morir, se me helaba la sangre en las venas, y temblando le decía: “Amor mío, vida mía, no mueras, no me dejes sola. Tú quieres amor y yo te amaré; no te dejaré más, dame tus mismas llamas para poder amarte más y consumirme toda por ti.”